Abrí la puerta de la casa con algo de problemas. Al
parecer mi llave se había torcido, quién sabe por qué, así que costaba que
pudiera servir para la cerradura. Al ya estar dentro tiré mi bolso a la mesa de
centro. Me quité mi bufanda y mi abrigo, preparada para lanzarme al suave cojín
del sofá. Pero justo tal belleza se cruzó por mi camino, sentándose en donde
tenía pensado. Sonreí animada, más de lo que ya estaba.
- ¡Romano! –chillé- Mi niñito, ¿cómo está? –le pregunté acariciando su cabeza.
Él ronroneaba- ¿le dieron su comida? ¿lo cuidaron bien? Aw, cosita –me acerqué
a él y toqué su pequeña y húmeda nariz rosada con la mía- Tan pechocho que me
salió, coti coti coti. Miau, miau. Sí mi vida también te amo.
En eso noto la presencia de papá y Michelle, sentados en la mesa del comedor,
mirándome. Sonreí de lado.
- Hola –saludé con la mano.
- ¿Así nos saludas? –preguntó papá, anonadado- Llegas y prácticamente le
recitas un poema a tu mugroso gato, pero a nosotros nos haces un miserable
gesto. Debe de ser una broma. Típico de adolescentes.
Iba a responder con algo en mi defensa, pero justo habló Michelle.
- Déjala, cariño. Acaba de llegar –le pidió Michelle. Bendita sea ella.
- Es solo que no la entiendo. Los niños de hoy son tan extraños. No sé qué les
pasa. ¿Crees que estén en la edad del pavo?
- Vaya, no lo había pensado de esa manera –se echó a reír- Tal vez lo esté,
después de todo. Es normal.
Rodé los ojos sin quitar la sonrisa de mi rostro, y avancé a las escaleras.
Cuando por fin estuve en mi habitación, me tiré a la cama. Miré el techo y no
podía creer lo feliz que me sentía. La tarde con Justin había sido perfecta, y
lo mejor de todo es que mi papá no me había detenido para hacer preguntas.
Estuve aproximadamente unos quince minutos pensando sin moverme de ahí, hasta
que la voz de Michelle sonó desde abajo, pidiéndome que fuese a almorzar. A
pesar de que no tenía apetito, obedecí.
+++
Abrí los ojos con dificultad. Deseaba que no fueran las siete. Pero miré la
hora en mi celular y eran las 06:55am. No quería tener que levantarme para ir a
la escuela. Comenzaba a hartarme de tener que ir a ese lugar. Y por un momento
consideré decirle a papá sobre volver a tomar clases en casa. Aún así, no podía
hacer nada en el momento, por lo que no tuve más opción que reposar durante
cinco minutos más y luchar contra mis párpados para que se mantuvieran abiertos
y la molestia se fuera. El tiempo pasó tan rápido que ni me di cuenta cuando ya
era hora. Michelle abrió mi puerta.
- ___, es hora –habló un poco alto, creyendo que seguía dormida.
- Lo sé. Estoy despierta –avisé sin ánimos.
- Bien. Esperaré abajo. Levántate ya, no vayas a llegar tarde –no me dejó
responder y ya había desaparecido.
Al cabo de unos segundos me incorporé y me levanté.
Diría que deseaba a más no poder que fuera un buen día. Que valiera la pena. Ya
había pasado una semana desde que Justin empezó a trabajar en donde estudio, y
afortunadamente aún no pasaba nada indeseado. Me refiero a, ya saben, chicas
entrometidas a las que no les importa dañar las relaciones. Era algo que había
que agradecer. Incluso de lo soñolienta que estaba, me imaginé a mi misma agradeciéndoles con la mano a cada
una de las chicas de la escuela, y reí por lo estúpido que sería. Era solo un
pensamiento de broma, claro.
Cuando terminé de desayunar me fui a duras penas a la cárcel. Me iba a pie.
Justin ya no podía llevarme. Si me vieran aparecer ahí con él, lo más seguro es
que se armaría un inmenso lío. Pero admito que la calefacción del auto sería
ideal, puesto que hace un frío que te congela la sangre.
Las horas pasaron rápido en la escuela. Ya eran las 11:15am, y no había visto a
Justin en toda la mañana. El clima afuera estaba bonito y soleado. El timbre
tocó y me fui al salón de Taller de Lenguaje. Unos rayos de sol atravesaban los
ventanales. El profesor solía ser un tanto asfixiante. Siempre gastando bromas
de mal gusto que para algunos eran graciosas, pero a mí no me causaban ni la
más mínima gracia. Solo a veces lograba reírme. Es que no siempre lo entendía.
Me senté en la fila que daba a la puerta, por el cuarto pupitre. Ya habíamos
unos cuatro estudiantes dentro y el profesor aún no llegaba.
Un chico se tropezó en la entrada.
- ¡Oh, vaya! –hablando de roma, era el profesor y se puso a reír- ¿Te has
tropezado? –le preguntó al chico que yacía en el piso- ¡Que lástima! Deja, te
ayudaré –extendió su mano para ayudarlo a pararse y cuando él la iba a recibir,
se la arrebató- ¡Iluso! Ya para tu mugroso cuerpo y ándate a sentar, Hipoglós.
Obstruyes mi paso.
No pude evitar reír. ¿Hipoglós? La crema que usa Michelle en la bebé para
evitar que la piel se le irrite. Es toda pegajosa y resbalosa. Entendí lo que
quiso decir. Había sido algo que ver. Suelo reírme de cosas tontas.
El pobre tipo se levantó avergonzado y se sentó por los últimos lugares de la
fila de la ventana. Tragué el resto de mi risa y me tranquilicé. como de
costumbre. Y cuando el resto de la clase llegó, todos nos quedamos en silencio.
Dakota hoy no había venido. A pesar de no seguir como antes, seguía
preocupándome por ella.
- Bien –empezó a hablar en frente- He escrito en la pizarra lo que es para hoy.
Haremos lectura comprensiva de la página 120 a la 123 y contestarán las preguntas de la
124, referente al texto. Recuerden que a final de semestre el promedio que
obtengan se irá a la verdadera asignatura de lenguaje en coeficiente dos.
Después de todo, esto solo es un taller, pero eso no quiere decir que le resten
importancia –asintió a la clase y dio un fuerte aplauso- Y bueno, pónganse a
trabajar.
Dicho eso, se dio la vuelta y se sentó en su escritorio, para ponerse a
escribir en su notebook. Yo estuve haciendo mi tarea durante algunos minutos
hasta que me nombraron. Estaba pasando lista. Ni siquiera me había dado cuenta.
- Oh –me paré del asiento algo confundida todavía- Presente, profesor.
Y me senté. Si había algo que él no tolerara es que
nos quedáramos sentados cuando pasaba la estúpida lista. Oh, y sólo para
sentirse con autoridad le gustaba que lo hiciéramos. Él mismo nos lo había
dicho.
Justo en ese momento tocaron la puerta.
- Adelante –permitió el profesor, sin siquiera mirar para ver quien era.
Casi al instante, un chico aparentemente
rubio o no sé, se asomó por ella. Solo lo vi de perfil y regresé la vista a mi
cuaderno. Pero casi me da un paro cardiaco al levantar la mirada por las dudas
y darme cuenta de quien era. Mi novio. Justin. Mi chico del baño. Santo dios, y
vaya que se veía guapísimo. En realidad llevaba la ropa que solía usar para el
aseo, pero igual.
- Buenos días, Don Juan –le saludó el chico que amo con bastante educación,
logrando llamar la atención del gran hombre del escritorio- Vine a buscar un
tarro que se quedó aquí, y de paso sacar la basura. Si me permite –maldita sea,
se oía tan sexy con ese tono de voz. Creí derretirme.
- Por supuesto, no hay ningún problema, joven –asintió con mucha gentileza.
- Gracias.
No había ni un solo movimiento ni sonido en el lugar. Captando la mirada de
todos, y sobretodo de las chicas, pasó por en medio del salón, sin siquiera
inmutarse. Algunas se arreglaban un poco el cabello y hacían caras coquetas,
pero él no las miró. Parecía buscar algo. No se tardó nada y sus ojos se
posaron en mí. Sonrió ampliamente, pero sin que llegara a ser tan obvio a quien
le sonreía. Casi lloré de la alegría. No lo haría, por supuesto. Él se había
dado el tiempo de encontrarme precisamente a mí, y no tomó atención a nada más.
Tomó el ahora bendito tarro y una bolsa de basura pequeña, que aparentemente
solo tenía papeles, y caminó de vuelta por donde vino. Asintió despidiéndose de
la autoridad, y justo cuando iba a salir por la puerta, el profesor se paró del
escritorio.
- Hey, pequeño saltamontes –llamó a Justin. Era obvio que le pondría algún
apodo- No te he conocido todavía –puso su gran trasero sobre la mesa,
sentándose allí- ¿te molestaría charlar un rato?
- No, claro que no –pareció sorprenderse, seguramente era el primer maestro que
le pedía hablar- Yo gustoso.
- Perfecto. ¿Cuál es tu nombre?
- Justin Bieber –respondió mi novio, pasándose la mano por el cabello.
Las chicas se emocionaron, felices de por fin conocer el nombre del chico de
sus sueños. Tendría que haber sentido celos, pero estaba demasiado ocupada
admirando su belleza, que era toda mía
- Joven Bieber, ¿puedo preguntarle su edad?
- Diecinueve años, Señor. Todo un macho que se respeta –bromeó golpeando su
pecho y haciendo un signo de paz.
La clase entera rió. A pesar de ser muy simple, se
habían reído. No sé si por que en realidad fue para casi mearse de la risa o
porque el aire de superestrella atractiva lograba causar ese efecto. De todas
formas, él era perfecto. Y hasta yo había reído. Incluso el profesor. Fue
cuando me di cuenta de que Justin se extrañó. Miraba como vicho raro al salón,
creyendo que estaban locos. Supe que no le agradó mucho toda la atención. Él
era serio y tal vez pensó que su broma pasaría desapercibida, pero no.
- ¿Y que hace trabajando en un lugar como este? Digo, seguramente ya terminó
sus estudios. ¿ No va a la universidad? Alguien con su apariencia jamás estaría
haciendo esto –no se lo dijo de mala forma, más bien, lo halagó.
- De hecho planeo ir algún día a la universidad. Pero mientras preferí trabajar
en algo humilde. No soy de los que ven en menos los tipos de empleos. Estoy
bastante conforme con estar aquí.
- Sorprendente, se está ganando mi admiración –tenerla de este profesor era
algo casi imposible.
- Eso suena bien –rió, embriagando mis oídos.
En eso el chico del tropezón comenzó a charlar con el compañero de atrás, a un
tono lo suficientemente alto como para que molestara.
- ¡Eh, hipoglós! Cierra el pico –le ordenó el hombre bruscamente.
Inmediatamente lo hizo voltear y todo estuvo en silencio de nuevo- Ahora,
volviendo al tema, señor Bieber, ¿cuál es su razón para quedarse? ¿ha
encontrado algún motivo? En la escuela tenemos un montón de jovencitas hermosas
–se giró hacia los estudiantes- Como Trina, o Sandra, también Brenda –las
apuntó con el dedo y ellas casi brincaron de la emoción- Y demás.
La sangre me hirvió. Maldito viejo. Quería tirarme sobre él, jalar los pocos
pelos que le quedaban y arrancarle el pellejo. ¿Cómo se le ocurre decir algo
así? Encima con las que eran creídas y obviamente populares. Claro que no sabe
que tiene novia, pero no es genial que un profesor le meta mujeres, ¿o exagero?
Él es mío, ¡mío! De pronto quise irme lejos.
- Oh, no estoy interesado en ninguna de ellas. No son mi tipo. Ni en un millón
de años –dijo con seriedad. La clase volvió a reír, creyendo que era broma.
Excepto esas chicas, por supuesto. Eso me alivió bastante, pero seguía un poco
dolida y molesta.
- ¿Cuál es su tipo, entonces? –el viejo era un gran metiche. Bajé la mirada,
deseando tener padrinos mágicos para desear estar en casa- Vamos, con
confianza.
Pero reinó el silencio. Otra vez.
- Oye, tú –sentí una voz en mi dirección. Pero no cualquier voz. Su voz.
Levanté la cabeza y le miré- ¿Cuál es tu nombre?
¿Qué demonios? Por un momento me quedé helada y no sabía que responder. Me
estaba hablando, mi propio novio, en frente de todos, y yo no sabía nada. Me
maldije por confundirme tan fácilmente y ser una distraída.
- __ -respondí sin más, completamente tiesa como
una piedra.
- __... –susurró, pero lo bastante alto para que todos escucharan- Guapísima,
con todas sus letras.
Toda la clase se me quedó mirando, creo que bastante
impresionados. No podía creerlo. Él había fingido no conocerme, y me eligió a mí,
a pesar de que no podíamos estar relacionados de ninguna manera.
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Muuuah. Las adoro un montón, bonitas. No bromeo.
Ojala les haya gustado el capítulo.
Subiré lo más pronto. De a poco voy recuperando ritmo al escribir.
Comenten y voten mucho. Ustedes me animan a seguir.
¡Chao!