Y así el
resto del día en la escuela fue pasando. Cuando por fin llegó la hora de
salida, me fui casi corriendo. Parecía una loca desesperada. Pero bueno, lo
disimulaba, por supuesto. Me hacía la relajada pero no podía evitar acelerar el
paso. Iba mirando el suelo y cuando ya estuve afuera, traté de buscarlo con la
mirada. Como todos los estudiantes ya se iban, se me era un poco difícil, y mi
estatura no ayudaba mucho que digamos.
Me quedé esperando a verlo por unos cinco minutos. Llegó el momento en que ya
no había ni un alma en donde me encontraba. Él no llegaba. Pero lo iba a hacer,
porque me lo había dicho por el mensaje. Confiaba en él. Mi chico del baño no
podía hacerme esto, menos hoy. Se suponía que sería un día especial para ambos.
Aunque ahora sentía que lo era más para mí que para él. ¿Por qué carajos se me
había ocurrido volver a esta porquería? Si todo iba a seguir igual, él no haría
nada por ambos, le daba todo igual.
No sé exactamente cuanto tiempo pasó, ni siquiera quería ver el celular. Debió
ser como una hora y seguía sin aparecer. Comencé a sentirme nostálgica, ¿me
había botado? ¿enserio se había dignado a no venir sin avisar? ¿Dónde diablos
estaba? Estaba cabreada, quería mandar todo al diablo. Tenía ganas de llorar de
la impotencia. Pero aún así esperé más, teniendo la ilusión de que llegaría…
Pero no. Cuando ya estuve segura de que no vendría y no daría la cara por su
estúpido retraso, me fui de ahí.
Cerré de
un portazo la maldita puerta de la casa. Dando pisadas muy fuertes subí las
escaleras. Me sentía pésimo. Me había plantado la persona que amo y ni siquiera
me avisó. Ni siquiera fui yo quien le dijo que me viniera a buscar. Él mismo se
ofreció, me ilusionó y luego me plantó. Y aunque probablemente estén pensando
que soy una exagerada y toda la cosa, no me importa. Porque duele.
La casa era un silencio completo, no había nadie. Papá trabajaba y seguramente
Michelle se había ido a pasar el rato con alguna de sus amigas. Menos mal,
porque no quería que alguno de ellos comenzara a hacerme preguntas. Deseaba
tener a alguien que me entendiera. Podía llamar a Dakota, pero no. Me sentiría
estúpida. También podía intentar con Kathryn, pero ella salió con su madre esta
tarde y no la iba a molestar por mis problemas amorosos. Seguramente me echaría
a llorar de la pena y no quería mostrarme tan afectada por un chico. Me tiré a
la cama y escondí mi cabeza en la almohada. Como no quería llorar solo podía
descargarme con enojo. Golpeé la almohada una vez. La golpeé como diez veces
más y nada cambiaba, seguía igual. Era un poco hombre, jamás se lo iba a
perdonar. ¿Por qué tenía que engañarme así? ¿por qué no simplemente me dijo que
no podía venir? ¿tan difícil era hacer eso? Y encima yo, la tonta, me quedo
afuera de la escuela por más de una hora esperándolo. Era un estúpido,
mentiroso, idiota y engañador. Jamás lo esperé de él. No sé por qué le creí.
Abrí los ojos… ¿me había dormido? Miré hacia la ventana y el sol ya no estaba
con tanta intensidad. Debían ser como las seis de la tarde, aproximadamente. En
fin, no me importaba. Me acomodé en la cama para seguir durmiendo. De inmediato
recordé lo sucedido con Justin. Maldito, las iba a pagar. ¿Desde cuando estaba
comportándome así? Pienso de manera tan brusca… pero es de entender. Ya sentía
que me tatuaban “ilusa” en la frente. Y como no podía dormir me comenzó a dar
más pena todavía. No aguanté más, al diablo con el enojo. Lloraría, jamás me
gustó ocultar mi sensibilidad. Y sin darme cuenta algunas lágrimas comenzaron a
caer. Me sentía tonta y ridícula. Lo único bueno era que nadie sabía lo que
había pasado, pero no me hacía sentir mejor. Solo lloraba, muy dolida con él.
Seguía amándolo, pero nadie merece que le hagan estas cosas.
Me cabreé cuando el teléfono de casa comenzó a sonar. No se escuchaba casi
nada, ya que yo estaba arriba, pero como estaba despierta no era un problema
notar el tono. Sin nada de ganas me levanté de mi cómoda cama y salí de la
habitación. Bajé las escaleras mientras me rascaba la cabeza, de muy mal humor.
Tomé el estúpido y miserable teléfono con fuerza y brusquedad.
- ¿¡Qué!? –contesté en grito sin interesarme quien era.
- ¡___! –oh, el olvidador- ¡son las seis de la tarde y recién te estás dignando
a contestar el teléfono, joder!
- ¿Qué más da? ¿Para eso llamas? Esperaba algo más importante –sinceré enojada.
- ¿Algo más importante? Toda la puta mañana y tarde te he estado llamando a la
mierda de celular y teléfono, y tu ni siquiera has contestado una vez, ¡qué es
lo que te pasa!
- ¡No me hables así, Justin! –le hablé con la misma intensidad- ¿Y como te
atreves a preguntarme eso? ¡Sabes muy bien lo que me pasa, no sé como eres tan
mentiroso si ni siquiera me has llamado una vez!
- ¿Cómo que no te he llamado? ¿Ahora vas a andar haciéndote la inocente y la
que no sabe nada? ¡Más de sesenta llamadas te he hecho y ni vergas me
respondiste!
- Idiota, mentiroso, ¡deja de mentir! –no podía ocultar más mi enojo- ¡me
plantaste!
- ¿Cuándo te planté? ¡Te avisé que no iría! Te mandé como diez mensajes aparte
de las llamadas y nada. ¿Qué estabas haciendo en la escuela? ¿divirtiéndote con
tu amigo Sam? ¿jugando a los mejores amigos con derechos con él?
- Ay por
dios, ¡no hables idioteces! No me llegó ninguna llamada ni mensaje, te esperé
por más de una hora afuera de la escuela y jamás apareciste, ¿cómo quieres que
me sienta? ¿Qué ande risita y risita de aquí para allá? ¿eso quieres?
Y cortó la llamada. Los pitutos comenzaron a sonar. Me quité el teléfono de la
oreja y le miré. ¿Quién se creía para llegar y cortar la llamada? Cabrón.
Inmaduro. Pendejo. ¡Demasiado pendejo! ¡Es un…!
Y entonces el tono de mi celular se hizo escuchar en la casa. Al parecer venía
de la cocina. ¿Por qué venía de la cocina? Digo, no había ido a la cocina en
todo el día, no tenía por qué estar ahí. Confundida caminé hacia allá, tomé el
teléfono y miré. Era Justin, de nuevo. Contesté de inmediato. Esto se iba a
poner mal.
- ¿Diga? –puse la voz más dulce que pude.
- Donde pedo tenías ese celular. Dime. Ahora –ordenó decidido. De un momento a
otro me di cuenta de que era bastante sexy cuando se enojaba.
- Uhm… Lo olvidé, al parecer –reconocí con vergüenza. Enorme atado que le hice
por nada. Esperaba que el enojo se le fuera de un viaje.
- Lo olvidaste… ¡lo olvidaste! –gritó- Justo este día se te tuvo que olvidar,
¿verdad? Y luego me andas culpando a mí de que yo te planté y estupideces de
esas, ¿cierto?
- Lo siento, yo no sabía que se me había quedado. No quise revisar el celular
en toda la tarde, ni cuenta me di –le hice saber.
- Sabes qué __, discutiremos este puto asunto después y me vas a tener que
explicar cosas de la mejor manera o vas a ver.
- ¿Acabas de amenazarme? Y será mejor que tú también me expliques, ¡porque nada
es una excusa para que me hicieras esto! Pudiste pasar a la escuela a dejarme
el recado, pero ni siquiera se te ocurre. Me ilusionaste.
- ¿Quieres saber la razón? ¿quieres apostar a que es una razón muy buena y
justificada? Vas a perder __, te lo aseguro. Conste que te lo estoy
advirtiendo. Será mejor que lo pienses bien.
- Que te quede claro que nunca te voy a perdonar esto y que nada lo va a
justificar. ¡Y está bien! Apostemos, a ver quien gan…
- Michelle está en el hospital –me interrumpió- Ya es madre, tuvo a la bebé,
ahí lo tienes. Nació tu hermana y he sido yo quien la ayudó –me quedé helada- Y
más te vale que estés aquí en lo más mínimo de tiempo. Ahí tienes otra
advertencia –y luego de ese momento tan intimidante, se echó a reír- Ay __...
cómo me voy a divertir con esta apuesta… -y cortó. La piel se me erizó, ¿qué
quería decir?
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Quedé con el celular aún en la oreja,
tratando de analizar la situación y la noticia que acababa de recibir. ¿Qué se
suponía que debía hacer? Claro, ir al hospital, ¿pero qué más? Era nueva en
todo eso, jamás tuve una hermana. Mi nerviosismo aumentaba. Llegaría ahí ¿y
luego qué? ¿con qué cara miraría a Justin? O a mi padre o a Michelle. Papá
seguramente me regañaría por no haber estado para ella, de alguna manera suele
desquitarse. Pero no era lo peor, el no saber qué hacer me tenía muy mal, ni
siquiera me había movido del lugar en donde estaba. Sentía que me desmayaría en
cualquier momento. Mis manos sudaban, sentía que mis mejillas ardían sin razón
y tenía un calor insoportable.
A pesar de todo lo que había pasado, logré ir a tomar un taxi para llegar a
donde debía. No tardé tanto en llegar, y cuando me bajé me confundí, ya que
habían tres edificios enormes, pero diferentes. Alguno de ellos debía ser para
las futuras y recientes madres. Pude identificar a cual de ellos debía entrar
gracias a un hombre del aseo que me dio indicaciones. Le agradecí enormemente
por ello. De hace ya tiempo que no venía a un hospital. No solía enfermarme tan
gravemente como para venir a tipos de lugares así. Digamos que tengo un terror
a los médicos. No específicamente a ellos, si no que a las agujas, más que
nada.
Llegué a
la entrada. Afuera había unos cuantos metros cuadrados de pasto, estaba bonito.
Pero cuando puse un pie dentro y quise subir la escalera del edificio de madres
o bebés, como le quieran llamar, un caballero barbón de estatura media que ni
siquiera había visto me tomó por el brazo, haciéndome dar un brinco. Lo miré
con pánico. Las palabras no me salieron, no esperaba que un desconocido me
hablara o aún más, me tocara.
- No puede entrar, señorita. Por favor desaloje el lugar –me sorprendí. Ni que
fuera un parásito.
- Vengo a ver a la esposa de mi papá –le expliqué.
- No puedes pasar –insistió firmemente- Tienes que ir a buscar un pase.
- ¿Un pase? –pregunté extrañada- ¿para qué quiero yo un pase?
Me jaló más del brazo, sacándome de ahí. Quedé afuera parada como una tonta.
Podría decir que me sacó a empujones. Lo miré mal, y un poco molesta.
- Tienes que esperar tu turno de visitas. Solo se puede entrar de a una
persona, y se exige el pase, sin excepciones. Si no vas a ir a buscar uno, será
mejor que no entres y ya. Buenas tardes.
Y se fue a parar donde se encontraba antes, cerca de la escalera, en el interior.
Miré a mí alrededor. Tampoco me había dado cuenta de que había un montón de
gente esperando. El desconocido mandón tenía razón, había que esperar el turno.
Sentía varias miradas sobre mí, seguramente pensaban que yo era una cualquiera
sin respeto alguno ¿dónde debía conseguir el pase?
Capítulo 39
Como no
tenía idea y no me sentía lo suficientemente a gusto preguntando a alguien de
nuevo, me fui a buscar algún lugar para sentarme. Cuando logré divisar una
banca, alguien me hizo dar un vuelco en el corazón, ¿era Justin quien estaba
sentado ahí? Por dios. El pobre se veía pálido, casi como un fantasma. Tenía la
mirada perdida, los brazos los tenía lacios, y su cabeza colgaba desde el
respaldo de la banca. Avancé hacia él y me paré en frente. Ojalas estuviera
vivo.
- Llegué –avisé, para que me notara. Al posar su mirada en mí se incorporó. No
creí que reaccionara tan rápido, considerando su aspecto.
- Oh –se rió cínicamente. Fruncí el ceño- Hasta que la perdida se digna a
aparecer.
- Te ves pálido, Justin –ignoré su comentario por completo. No le iba a dar el
gusto.
- Es lo que pasa luego de que ves la cabeza de un bebé mientras nace. O lo que
pasa cuando ves que se le rompió la fuente a la familiar de tu novia. O lo que
pasa cuando tienes que tomar el lugar del padre por cinco minutos y estás
paranoico. O lo que pasa cuando tu novia no te contesta el celular y hace que
pienses cosas. O lo que pasa cuando te hace rabiar hasta la mierda y tarda un
millón de años en llegar a este maldito hospital de mierdas, ¿no crees? –me
miró con enojo evidente.
- Está bien –rodé los ojos- Lo siento, ¿sí? Enserio lo siento. Yo no quería.
- Aish, yo no quería –imitó mi voz de niña- Luego hablamos sobre esto, ahora no
me siento bien. ¿Qué estás haciendo aquí? Deberías ir a conocer a tu hermana.
- Necesito un pase y no sé donde encontrarlo. Yo…
- Bien –interrumpió- Quédate aquí. Voy por el maldito pase, que seguramente no
te atreverás a ir a buscar –se paró de mala gana de la banca, metió sus manos
en sus bolsillos y comenzó a caminar.
- ¿No puedo ir contigo? –pregunté de buena forma, dando un paso, lista para ir
tras él.
- Agh, sabes __, quédate aquí. Eres una tortuga, seguramente tardarías más de
lo que tardaste en llegar –quiso hacerme fastidiar.
Y lo
logró. Se giró y fue por él, dejándome allí quieta y sola. En parte, sabía que
me lo merecía. Lo traté mal, hice un escándalo y lo insulté cientos de veces en
mi cabeza. Todo por mi bobería de olvidar el celular. Esperaba que esto no
durara mucho, de lo contrario me volvería loca. Ya sabía que Justin era un caos
cuando se enojaba, pero esto ha sido muy inesperado, no creí que volviera a
suceder, al menos no hoy.
Tomé
asiento e intenté relajarme un poco, para así poder evitar que la espera fuese
un fastidio. Pasaron cinco minutos y él aún no volvía. Supuse que debía haber
una fila larga y que por ello aún no volvía. Comenzaba a hacer un poco de frío
y yo no tenía algo muy abrigador puesto. Solo un jeans ajustado, unas converse
negras de cordones blancos, además de una camiseta manga larga color amarillo
claro. Cómodo, pero demasiado veraniego para estas horas, con este clima
incluido.
De pronto, una señora de aproximadamente mi misma estatura, un poco maciza, de
cabello muy corto y gesto molesto, venía caminando. Vendía unos dulces de
menta, unos curitas y pilas de control remoto. Empezó a ofrecer a algunas
personas, pero todos le decían que no. Me dio un poco de pena. Si yo tuviera un
poco de dinero conmigo, le habría pedido algo. Era una lastima.
Me asusté cuando se comenzó a acercar a donde yo estaba. Mi corazón se puso
inquieto y traté de mirar hacia cualquier lado para ver si dejaba de tomarme en
cuenta y se iba para otro lado. Pero no. Paró en seco delante de mí.
- Toca aquí –me dijo, apuntando su cabeza con su dedo índice. La miré
extrañada.
- ¿Qué? –pregunté, creyendo que había escuchado mal.
- Que toques aquí –volvió a repetir.
Me miraba fijamente. Supuse que no se iría hasta tocarle la cabeza, por lo que
con algo de nerviosismo acerqué mi mano y le di tres toquecitos en la cabeza.
Ella sonrió, llena de placer. Parecía que hubiese tenido un orgasmo de tanto
que le gustó. Quité mi mano, pero no se fue.
- ¿Quieres comprar algo? –pobre mujer, debía de tener algún problema, porque no
podía comunicarse bien. Me sentí mal por no poder ayudarle.
- Pues, no. No tengo –dije sin mucho interés- Lo siento.
- Oh… -se aclaró la garganta- Hija de puta.
Me insultó y se fue caminando. Me quedé con la boca completamente abierta. ¿Qué
se creía? Y yo que había sentido pena por ella, hasta creí que no hablaba bien
pero el insulto vaya que le había salido bien. La gente me miraba, sentí que me
iba a poner completamente roja. Saqué mi celular del bolsillo y traté de
distraerme, queriendo salvar algo de dignidad. Luego de unos tres minutos más,
apareció Justin. Por fin.
- Aquí está –extendió el papel de color blanco hacia mí, mientras se sentaba a
mi lado. Lo tomé.
- Gracias –comencé a pararme, pero su voz me detuvo.
- ¿A dónde vas? –me tomó por el brazo, haciendo que me sentara otra vez- Tienes
que esperar a que tu padre salga, él está adentro, ¿qué es lo que tienes en la
cabeza? ¿caca? –exclamó enojado.
- ¿Qué es lo que te pasa a ti? Antipático, pesado, no tienes por qué decirme
las cosas de esa manera –me enojé también.
- Es la única forma de que entiendas algo de lo que pasa, niña.
- Pues no me interesa, yo no te he dicho nada malo.
- Ya, como sea. Mejor cierro el hocico –y se calló.
De repente, noté que papá se venía acercando hacia nosotros. Ya había salido.
Me alegré. Al fin conocería a la nueva integrante. Me emocionaba bastante.
- Hija,
hasta que has llegado –se sentó a mi lado y besó mi frente. Se apoyó contra el
respaldo de la banca, igual que nosotros.
- Lo siento, no había podido llegar antes, yo…
- ¿Por qué no? ¿sabes qué hora es? –comenzó a regañarme- ¿por donde andabas?
- No hice nada, lo prometo –le dije, algo asustada- Es que olvidé mi teléfono,
y luego de que llegué de la escuela me fui a casa, y me quedé dormida.
- Como siempre, nunca te concentras en las cosas. No tienes ni un poco de
responsabilidad. Te digo una y otra vez lo que tienes que hacer, pero te entra
por una oreja y te sale por la otra –no me gritaba, pero sentía que en
cualquier momento lo haría ahí mismo.
- Papá, no es momento de discutir. Al menos no hoy. Se supone que es un día
especial para ti, ¿o no?
Intenté con todas mis fuerzas sonar de forma madura, pero en realidad era solo
para salvarme del castigo o regaño. Justin permanecía callado. Papá cambió la
expresión de su cara a una más relajada. Gracias a Dios.
- Tienes razón. Solo por esta vez no diré algo más.
- Bien.
- Justin nos ha ayudado mucho hoy –dijo papá, más animado. Giró su cabeza hacia
él- Oye, hijo.
- Dígame, señor –ambos se miraron. Justin se veía tan sereno y tranquilo que me
hacía pensar que yo era la única paranoica.
- Muchas gracias por todo lo que ayudaste a mi esposa. De no ser por ti, no
habría podido tener a mi hija en mis brazos. De verdad te lo agradezco. Me
alegra que __ tenga un amigo con tanta buena voluntad –sonrió ampliamente.
- No agradezca nada, señor –sonrió mi novio, aunque noté que no era una sonrisa
sincera. El hombre le había dicho que solo era mi amigo. Por un momento olvidé
que mi padre no sabía nada- Fue todo un gusto ayudarle. Sé que es muy
importante para usted, tanto como para __ -me miró de reojo. Me sonrojé.
- Sí, en realidad lo es –papá le tomó la mano y ambos se la estrecharon, así
como compadres- ¿Cierto, __?
- Ahm, sí –fue lo único que respondí. Bajé la mirada.
- Santo cielo, hija. ¿Qué es eso? ¿no le darás las gracias a tu compañero? No
te he enseñado tales cosas –se mostró furioso una vez más. De inmediato intenté
suavizar la situación.
- Sí, __ -habló esta vez el chico del baño- ¿no me harás un agradecimiento?
¿unas palabras por haberte avisado de tal suceso? –sabía a la perfección que
sus palabras tenían un cierto sarcasmo.
- Entiendo –rodé un poco los ojos, sabiendo que no se daría cuenta. Levanté la
cabeza- Gracias, Justin. Enserio gracias. Gracias por ser todo un superhéroe,
por salvar la vida de mi hermana y a Michelle –me eché a reír.
Papá no pareció entender mi burla hacia una parte de lo que había dicho, así
que sonrió. Justin, por otro lado, frunció el ceño y se limitó a cruzarse de
brazos y a volver a apoyar su espalda contra el respaldo. Nos quedamos en
silencio.
En cuanto noté que la señora loca se venía acercando hacia donde nos
encontrábamos, me hundí en vergüenza y traté de relajarme. No era que estuviese
caminando directamente hacia nosotros, pero estaba por los alrededores.
- Mierda
–se quejó papá- Ahí está esa mujer otra vez.
- ¿La conoces? –me sorprendí.
- Claro que la conozco. Siempre está vagando por las calles, queriendo vender,
y si le das dinero de más, no te da el vuelto. Es una estafadora.
- Oh, vaya. No lo sabía –admití.
- Es cierto –se unió Justin- Y a veces insulta a la gente. Una vez una niña iba
subiéndose a un autobús y la jaló del pelo, tirándola al suelo.
- Eso también es verdad –mi padre estuvo de acuerdo con él- Además, suele
gritarme tonterías cada vez que no le compro. Hasta que me aburro y la trato
mal. Es una vieja que se hace la tonta. Solo no la pesquen.
La mujer no tardó en acercarse, se paró delante de nosotros, tal como lo hizo
conmigo. Traté de no inmutarme, ni bajar la mirada, cosa que logré. Se
preparaba para ofrecernos algo, ya que extendió su canasta hacia nosotros.
- Cómprenme algo –exigió enojada, como si tuviera derecho a obligar.
- ¡No quiero nada! –le gritó papá- ¡Lárgate! ¡ahora! –papá se iba a poner de
pie, él quería ahuyentarla.
La mujer un poco más no se muere del miedo. Inmediatamente comenzó a
retroceder. Se tropezó y casi se cae.
- ¡Enojón! –le gritó y se fue corriendo.
A medida que se iba alejando, le gritaba unos cuantos insultos a papá. Entre
ellos el “culiado, imbécil, marica, bastardo” y el famoso “hijo de puta” que ya
me había dicho a mí. Me eché a reír. A diferencia de hace rato, esta vez había
sido gracioso. Papá y Justin también se echaron a reír como unos locos. Y para
colmo, la gente desconocida que había presenciado el momento también se reía. No
es que fuéramos malos, pero si ella fuera agradable, mi padre no le habría
dicho nada y le habría dado unas cuantas monedas. Además, ellos ya tenían una
historia mala.
Al final, terminé entrando al hospital. El caballero que me había sacado a
empujones por fin me dejó pasar. Pasé un momento incómodo, en el que no podía
abrir la puerta que daba hacia el pasillo. Un chico se puso a reír de mí, traté
de no darle importancia, pero logré abrir la puerta, e inmediatamente me puse
como tomate. Caminé entre las incontables salas en donde se encontraban mujeres
con sus nuevos bebés. Yo tenía la número 41-43, y eso que aún quedaban
demasiadas. Pero bueno, cuando entré, la vi. O sea, en realidad observé a
Michelle. La estaba amamantando. Dudé en si entrar o no. Pero apenas ella me
vio, sonrió tanto que se me fue imposible no entrar a verla y a preguntarle
como estaba. Avancé, nerviosa y sin saber que decir o hacer.
- ¿Cómo estás, __? –preguntó amable- Creí que no vendrías, cariño.
- Yo… es que –aclaré mi garganta- no pude venir antes. Pero ya estoy aquí.
Michelle quitó una mantita con la que estaba cubriendo su pecho, y pude ver la
cara de la nueva bebé. Sentí que mis ojos se humedecían. Era hermosa. De la
clase inocente, pequeña y dulce que no solía ver a menudo. Sonreí. Casi no
creía que pudiese tener a una hermana.
- Es tan linda esta niña –dije con ternura, mientras le tomaba una manito-
Temía quebrarla- No lo puedo creer…
- Con tu padre hemos decidido que se llamará Lila –me contó.
- ¿Lila?
- Sí, raro, ¿no crees? Lo vimos en el calendario, y nos terminó gustando –rió.
No pude
evitar reír con ella. No solo porque dijo lo del calendario, si no que en
Futurama uno de los personajes era Lila y ellos no tenían ni la más mínima
idea. No dije nada, porque no era momento para hablar de caricaturas.
Capítulo 40
Al pasar
los minutos, pude tomar a Lila en brazos. Creí que me daba tanta paz… hasta que
comenzó a gritar y a llorar como una loca y se puso roja de la furia. Me asusté
e inmediatamente se la pasé a Michelle. Creí que se estaba ahogando, pero luego
supe que era algo normal. Tan tierna que se veía y de repente es como un ogro.
Me recordó a Romano, mi gato, cuando llegó.
Cuando la hora de visitas finalizó, me tuve que salir para afuera. Papá y
Justin me esperaban. Hacía algo más de frío. Y de la nada, apareció mi tía
Susana. No creí que vendría, pero sin embargo lo hizo. Me abrazó fuertemente.
Venía con uno de mis primos, al que yo consideraba como un hermano. Se llamaba
Alejandro, y era un porfiado al que no soportaba, pero aún así. Y cuando nos
íbamos, no pudimos evitar pasar los cinco a comer chatarras a un restaurante
que quedaba justo en frente del hospital. Justin me miraba de vez en cuando.
Estaba sentado en frente de mí. Era lo suficientemente discreto como para
lograr que no se notara. Se veía feliz. Me gustaba, era perfecto. Hasta que en
un momento de descuido, el sándwich que tenía en mi mano recibió un codazo de
parte de Alejandro, aterrizando en todo mi cabello.
- ¡Agh, Alejandro! –me quejé- ¡mira lo que hiciste!
Papá, mi tía y Justin estaban jodidos de la risa, mientras que yo estaba
fastidiada. No era tanto por mi cabello, si no que mi hermoso sándwich se había
arruinado bastante. Mayonesa ya no quedaba, pues toda se me quedó encima. Y
para qué hablar de los demás ingredientes. Comencé a darme cuenta de que me
sentía un poco estresada, por lo que pude calmarme rápidamente. No quería estar
así.
Era tan extraño que Justin estuviera compartiendo con mi familia, pero a la vez
era muy confortante, porque iba ganándose cariño de a poco. Pero no importaba
todo lo bien que estuviera con ellos por este momento. La mentira seguía, y eso
no iba a cambiar, al menos no por ahora. Y no estaba a gusto con ello.
Terminé
no asistiendo a clases durante todo el resto de la semana. Papá me había pedido
que ayudara a Michelle en sus primeros días como madre. Digamos que yo no era
la más apta para ese trabajo, pues ni siquiera sabía que los primeros meses no
se les puede dar papilla, si no que solo leche.
Michelle había estado solo tres días en el hospital, así que mientras no
estaba, lo único que podía comer eran unas papas fritas quemadas con huevo –que
no estaba correctamente frito-, todo hecho por papá. No me dejó ayudar en nada,
es más, cuando traté de sacar las papas para que no se quemaran, me regañó, y
dijo que aún no había que sacarlas, ¿cómo era posible que aún no estuvieran
listas, si se estaban poniendo bastante cafés? Dios. No me quedó alternativa
que comer eso.
Hoy era día lunes y debía irme a clases. Justin me esperaría en un parque que
sigue de mi casa, un poco más allá. Me iría a dejar. Hoy cumplíamos otro mes de
relación. Debía ocultarse, de lo contrario papá se volvería loco y quedaría una
enorme embarrada.
Yo ya iba camino hacia donde lo iba a encontrar. Miré la hora en mi celular,
que marcaba exactamente las 7:45am, buena hora como para no llegar tarde.
Conste que yo jamás de los jamases he entrado atrasada a una clase. Jamás. Y no
pienso hacerlo, lo odio.
- ¡Justin! –le llamé. Él se encontraba apoyado entre algunos árboles. Se volteó
a verme y sonrió ampliamente. Sin darme cuenta, ya estábamos abrazados,
mientras nos besábamos.
- Feliz mesiversario, amor –me deseó al momento de apartarse de mí, a no más de
dos centímetros.
- Para ti también, mi vida –le miré embobada. No podía no estarlo.
Conversando de cosas sin sentido nos fuimos caminando hacia su carro, que
estaba estacionado unos metros más allá. Me hizo subir y puso algo de música.
Arrancó de inmediato y partimos hacia nuestro destino. Solo nos quedaban menos
de quince minutos juntos y debían aprovecharse, al menos mirándonos.
- Me habría gustado estar contigo hoy todo el día, shawty –dijo. Teníamos la
mala suerte de que fuera un día de clases.
- A mi me encantaría haber podido, pero hemos tenido mala suerte –suspiré- Ya
sabes, con todo lo que pasa, con la escuela, con papá…
- Lo sé, entiendo –habló apenado. Miraba directamente hacia la calle, por lo
que me puse a mirar por la ventana.
- Enserio lo lamento, Justin. Estaría todos los días contigo si pudiera, pero…
- __, no te presiono –me interrumpió con esas palabras- Y es que no puedo
ocultar que me gustaría obtener algo más. Me jode ocultar todo esto a tu papá,
no puedo ni estar contigo en nuestra fecha, no puedo besarte en público, no
puedo decirte una palabra bonita siquiera. Tengo que estar como soldado en tu
casa, cuidando mi vocabulario, con miedo de decir una palabra o de llamarte de
una forma que podría arruinar lo que tenemos. No sé por qué mierdas tiene que
haber tanto drama entre nosotros.
No mentiré. Me quedé callada. No sabía exactamente que decirle. Si antes me
sentía mal por no tener lo que ambos queríamos, ahora me sentía peor. Era la
peor novia del mundo. Él hacía cosas por mí, ¿pero qué hacía yo por él? Nada. O
al menos eso parecía. Así que me puse a pensar seriamente en algo que se me
vino en mente. Me daba pánico, pero era necesario. Y esperaba no arrepentirme
de ello. Esperaba que todo fuese un secreto más.
- ¿Y si
me voy de pinta? –pregunté de forma insegura. Justin, como un rayo, giró su
cabeza bruscamente, para comenzar a mirarme de reojo, tratando de no quitar
tanto la vista hacia la calle mientras conducía.
- ¿Has dicho la palabra con P? –preguntó impresionado.
- Sí, eso dije. Pinta.
- Pero __, t…tú –tartamudeó- jamás has hecho algo así, no es normal.
- Quiero hacerlo por ambos, Justin. Me da miedo, pero quiero hacerlo.
- No es lo correcto –reconoció.
- Sé que no lo es, pero un día que lo hagamos no hará tanto daño, ¿o sí?
–intentaba sonar lo más relajada posible, pero por dentro estaba hecha un lío.
- No creo que lo haga. Aún así no quiero que sientas que te obligo a hacer
esto. Digo, yo estoy más que dispuesto a desviarnos del camino e ir a donde tú
quieras, pero si no te sientes lista lo voy a aceptar…
- Justin por favor, no hagas que me arrepienta –le rogué tirando la cabeza
hacia atrás, algo fastidiada- ¿vas a querer que me vaya contigo?
- Sí quiero, amor –dijo de inmediato- De verdad quiero.
- Yo también quiero –y no mentía, tenía unas enormes ganas.
- Entonces, ¿vamos?
- Sí –respondí casi desesperada. No quería arrepentimiento.
- ¿A dónde?
- ¿Hay alguien en tu casa? –pregunté curiosa.
- No, solo estaríamos tú y yo.
- Pues vamos. Si no te molesta, claro –sonreí de lado.
- ¿Molestarme? –se echó a reír- He estado esperando desde hace tiempo. Por fin
un rato completamente a solas.
- Sí –sonreí, sin duda alguna muy feliz- Por fin.
Y de un momento a otro el muy tonto dio una vuelta en U, y giró hacia la
izquierda, para irse por otra calle. Lo regañé por eso. Pero sobre lo otro, ya
no había marcha atrás. Me iría de pinta hacia su casa. Estaba demasiado
emocionada. No sabía si era por las ganas que tenía de estar con él todo el día
o por los nervios. Aunque seguramente era por ambas cosas. Esto contaba como un
tipo de primera vez, pues yo jamás hacía tales cosas.
No tardamos tanto en llegar hasta su casa. Diría que Justin estaba demasiado
apurado en que llegásemos. No le dije nada, quizás se sentiría un poco
avergonzado, y a mi no me molestaba para nada que digamos. De verdad quería
tiempo a solas con él.
- Shawty, ¿quieres desayunar? –me preguntó.
Me encontraba acostada en su cama, cubierta con las sabanas y digamos que solo
en una de sus playeras y ropa interior. No malinterpreten, no estuvimos
haciendo nada. Habíamos llegado hace como unos treinta minutos y yo estaba
viendo la televisión. Daban los padrinos mágicos.
- Mm, no lo sé –sinceré- No tengo hambre.
- Pero igual, por si luego te da. Tengo jamón, queso, mermelada y margarina –se
rascó la cabeza con gracia- Ya sabes, yo tenía previsto esto, así que…
- Me gusta lo del jamón con queso –interrumpí riendo.
- ¿Y algo de beber? –sonrió- Tengo sprite.
- Sprite, ¡por supuesto! –acepté animada.
Él no dijo más, me guiñó un ojo y salió de la habitación. De repente me sentí
algo acalorada. Me daba algo que Justin me guiñara el ojo, es que se ponía tan
sexy que debería ser ilegal.
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¿Qué les
ha parecido la maratón? Lamento la tardanza, pero en estos días les traeré otra
–pero pequeña- maratón de dos capítulos. Comenten y voten, ¿si? Cuídense y
espero que la novela aún les guste mucho. Un beso a todas. El próximo capítulo
estará mucho mejor jajaja. Adiós.